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alucinejoni

HILDA, UNA MUJER ENTRAÑABLE

     Leo el último mail de Andy, amigo de La Habana, y me quedo bloqueado, con la vista perdida en el monitor: “Nuestra queridísima vecina Hilda ha muerto…”. Un dolor punzante, casi físico, al que intento reaccionar echando mano de mi mejor filosofía de andar por casa, cuarto y mitad de retórica de conceptos ontológicos manidos y trillados construido con los años: “Muerte, misterio insondable donde se viaja  a ningún lugar conocido; donde las sensaciones se pierden, y de las  obras y actividades de uno quedan evidencias físicas que también acaban borrándose con el tiempo por el puro deterioro de la materia en esta tridimensión nuestra tan querida. Finalización de toda historia personal frente a la continuación imperturbable de la colectiva…” Rememoro el espacio y tiempo vivido con Hilda en el último viaje a La Habana, cuando le hice una larga entrevista preguntándole mil cosas sobre ella y sobre Cuba, que en su vida vino a ser uno y lo mismo; espacio y tiempo compartido al que ya no podré regresar, y cuestiono, una vez más, ese puto tiempo que se estira y contrae a capricho del cerebro, que se eterniza cuando estás viviendo un mal momento y se volatiliza cuando uno está siendo feliz, pero que, en su suma total, acaba por agotarse.Estoy viendo la foto en la que Hilda coge con fuerza el brazo de mi hijo, - al que en cinco minutos, con dos frases profundas e inteligentes, me enseñó a querer mejor con sus curadas ideas de tolerancia y respeto a su personalidad de once años -, donde le besa con ese cariño tan intenso, con esa mirada tan suya, tan profunda e indescriptible, y siento que se me rompe el alma.Hilda era de esas personas que jamás deberían morir, como suele decirse. Una mujer entrañable, una persona de una sola pieza. No era Rosa Luxemburg, la activista alemana de principios de siglo pasado, ni la Tamara Bunke que bregó por el mundo mejor con el Che en Bolivia, ni mi admirada Hipatia de Alejandría que asombró a propios y extraños hace casi dos mil años, a contra época, cuando la mujer era sólo un bien semoviente para solaz y uso perverso del macho dominante de la época (y de todas las putas épocas),  ni tan siquiera la heroína telúrica que en la elegía de Silvio Rodríguez quemó las melenas de aquél alemán, era, más que eso, simplemente una mujer cubana anónima pero fascinante a sus ochenta años, una entrañable maestra (y nunca mejor dicho lo de maestra, y nunca mejor dicho lo de entrañable) comprometida con su tiempo y con su gente, que vivió lo probable y lo improbable de un cambio social que conmovió su vida y sus relaciones familiares, que sintió en la Revolución Cubana la esperanza y la realidad compleja y contradictoria de las revoluciones que, como dijo Trotski, hay que hacerlas cada día porque siempre están pendientes. En cada viaje a La Habana resultaba obligado visitarla para conocer el relato de sus experiencias en la pequeña/gran historia de la Revolución Cubana, la que vivió como maestra y como revolucionaria antes, durante y después,  y el intercambio de puntos de vista sobre cuestiones concretas de la política interna o internacional, o sobre aspectos de la compleja vida cotidiana de la sociedad cubana actual y del contraste con nuestra sociedad occidental del primer (?) mundo. Nuestras largas charlas y su magnetismo personal explican que situara en su persona la simpatía que siempre he tenido por los que, pierdan o ganen en la política, en los afectos o en la vida, nunca dejan de jugar, de creer y, por tanto, de crecer... Tal vez otra de las causas de nuestra amistad fuera la común curiosidad y perplejidad al atisbar el futuro que le espera en lo social y en lo humano a esta especie animal que quiso dominar el universo y hoy ya sólo puede aspirar a intentar conservar la vida para sus nietos en este pequeño planeta que se muere a cien años vista. He reflexionado muchas veces sobre su experiencia vital, porque, como dice el personaje de KerouaK, “…sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, es la gente que nunca bosteza, ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde…”, y ella siempre estaba en marcha, enfrascada en su particular búsqueda de la esperanza en el Hombre Nuevo que alumbró el Che. Ella siempre estuvo en movimiento, ayudando a los rebeldes en Varadero en tiempos de Batista o viviendo durante 47 años el día a día de la Revolución con visión crítica pero constructiva, dejándose en esa experiencia jirones del alma en lo personal y en lo familiar, siempre adelante, siempre adelante... Ahora, a los ochenta años, se ilusionaba en la lectura de las obras completas de José Martí, su proyecto personal y desafío más querido en el último año. Y es que para Hilda, como para Ulises en la Odisea a Itaca, lo importante era el viaje más que el destino; el tránsito permanente por las ideas que hablan de futuros solidarios. Positivismo, bondad, delicadeza, inteligencia, cultura, tolerancia, ecuanimidad y todo lo mejor que puede adornar una personalidad acogedora fijada en su porte señorial, en sus cabellos plateados y expresión de dulzura, reflejo externo cierto, - tal vez por eso de que la cara es el espejo... -, de su impecable actitud intelectual crítica y dialéctica frente a la vida, un tanto desconcertante por lo inhabitual en estos tiempos. Hilda, amiga, fue un privilegio el conocerte y comprender que las personas como tú hacen este mundo mejor y más humano, sea cual sea el país o el sistema en el que vivan, para entender a qué se refería Bertolt Brecht cuando hablaba de las personas imprescindibles… Hasta siempre.  Noviembre 2006

1 comentario

liver -

Maravilloso homenaje...me quedo con todo y en especial con algunas frases que me llegan muy dentro...pero sobre todo con ese amor tan incondicional hacia Hilda...

He disfrutado como pocas veces..o sease..mucho mucho mucho...
Saludos.